17 de agosto de 2012
Puerto Rico diverso
Lydia Rivera puso en riesgo su vida con tal de alcanzar su sueño de ser enfermera
Ni enfermedad ni tratamientos impidieron que Lydia Rivera rindiera su sueño de ser enfermera para ofrecer a otros los cuidados que ha recibido. (TERESA.CANINO@GFRMEDIA.COM)
Referencia electrónica: http://www.elnuevodia.com/unallamadevida-1323945.html#.UC5v77EB5zA.google
Puerto Rico diverso
Una llama de vida
Lydia Rivera puso en riesgo su vida con tal de alcanzar su sueño de ser enfermera
Ni enfermedad ni tratamientos impidieron que Lydia Rivera rindiera su sueño de ser enfermera para ofrecer a otros los cuidados que ha recibido. (TERESA.CANINO@GFRMEDIA.COM)
Por Lilliam Irizarry /lilliam.irizarry@gfrmedia.com
A Lydia Rivera nunca le gustó jugar con muñecas. Prefería la bicicleta del hermano y el caballo del papá. A lo largo de su vida, jugó pelota, lavó carros, desyerbó patios, pintó casas, hizo albañilería y hasta trabajó en un taller de mecánica de equipo pesado.
“No hay nada en este mundo que una mujer no pueda hacer. Ahora, si vas a hacer un trabajo de hombre, hazlo igual o mejor que él”, sostiene la ex jugadora de softbol profesional, quien señala entre risas que siempre fue “un niño por dentro”.
Hoy, a sus 50 años, esta sobreviviente de cáncer acaba de graduarse de lo que llama “mi verdadera vocación”: la enfermería práctica, por la que fue capaz de poner en riesgo hasta su vida.
Fue en medio del tratamiento de quimioterapia que una vecina la invitó a conocer el programa de enfermería de un colegio universitario en Manatí. Le bastó entrar al lugar para sentir que había encontrado su lugar en el mundo.
Aunque muchos en el colegio le “daban de codos” porque estaba en un grupo de estudiantes adultos, los ignoró y comenzó a sacar A en cuanto curso tomaba. Ello, a pesar de los agudos dolores que sentía en el brazo izquierdo y que los médicos despachaban como efecto del cáncer de seno que había sido extirpado.
El primer día de su mes de práctica de enfermería en el Hospital de Área de Manatí el año pasado, también empezó a sentir molestias en la cadera, pero pospuso someterse a nuevos análisis médicos. Aunque “cojeaba y cojeaba” por los pasillos del hospital, escogió su sueño antes que su vida.
“Pedí (a los médicos) que me dejaran terminar (la práctica) porque, si me iba a pasar algo, quería irme con mi título, quería dejarle esa satisfacción a mi familia, quería que se sintieran orgullosos de mí”, expresa. Una vez concluyó la práctica, se sometió a los análisis y recibió un nuevo diagnóstico: metástasis en el hueso iliaco de la cadera.
Hace solo tres meses, los doctores encontraron que el dolor que sentía desde hacía tiempo en el brazo izquierdo es otro tumor que le ha desintegrado casi por completo el hueso radio.
Con todo y sus dolores, en su graduación el mes pasado, Rivera cargó con la Medalla Presidencial que otorga John Dewey College y con la Medalla Florence Nightingale, que se entrega en memoria de la célebre escritora, estadística y pionera inglesa de la enfermería moderna.
Desde que se le diagnosticó el primer cáncer en 2008, cuando descubrió en el músculo del seno izquierdo una bolita dura del tamaño de una pepita de toronja que, en menos de una semana, ya tenía el tamaño de un puño cerrado, ha sido sometida a 52 radioterapias y 16 quimioterapias. Hoy vive agradecida del “batallón de médicos” que le salvó la vida.
Rivera nunca se casó ni tuvo hijos. Siempre, excepto por un año que pasó en Chicago, ha vivido con sus dos hermanos maternos y su mamá, de 77 años y paciente de Alzheimer, en una casa que queda casi frente al parque de pelota del barrio Palo Alto de Manatí. Aquel fue el germén que la llevó a las Atenienses de Manatí, con las que jugó softbol profesional durante 19 años. Para ella, su barrio y su parque son “el mejor lugar del mundo”.
Cuando empezó a estudiar enfermería, no tenía idea de que su madre desarrollaría Alzheimer. Ahora, busca empaparse más y más de la condición para nunca tener que internarla en uno de esos lugares “tristes y crueles” para ancianos con problemas de memoria. Aunque su progenitora no recuerda a mucha gente, de su hija nunca se olvida.
“Yo hice un pacto con Dios, que me deje vivir 10 años más para cumplir mi sueño de trabajar como enfermera, que tanto me gusta. Diez años para dejar a mi familia con una mejor calidad de vida y darle a otros un poquito de todos los cuidados, las atenciones, el amor que he recibido”, manifiesta sobre la llama que enciende su vida.
Aunque dice no tener tiempo para quejarse, llorar o pensar en la muerte, tiene muy claro su último deseo: “cuando muera, quiero que mis cenizas vayan al ‘center field’ de ese parque que ves ahí, porque fue ahí que viví los años más felices de mi vida”.
Referencia electrónica: http://www.elnuevodia.com/unallamadevida-1323945.html#.UC5v77EB5zA.google